CIVILIZACIONES ANTIGUAS DUDAS y MISTERIOS |
Hernán Cortés relata con estupor en sus crónicas que los aztecas eran tan civilizados como los españoles. Sus ciudades tenían una red de carreteras "mejores que la de la vieja Roma", existían canalizaciones de agua corriente, usaban balanzas para pesar iguales a las españolas, conocían el sistema decimal y desde hacía tiempo utilizaban el más abstracto de todos los conceptos: el cero. El cero no se generalizó en Europa hasta el siglo XV, cuando los españoles colonizaron América en el siglo XVI, se sorprendieron al comprobar que el cero era una noción habitual entre los indios americanos. Hoy sabemos que los Aztecas vivían de los restos de una cultura anterior y aún más elevada: la de los Toltecas, quienes construyeron los monumentos más gigantescos de América. Las
pirámides del sol de Teotihuacán y de Cholupa, son dos veces más
importantes que la pirámide más famosa de Egipto, la tumba del rey
Kheops. Pero los toltecas eran a su vez descendientes de una civilización
más perfecta , la de los mayas, cuyos restos han sido descubiertos en
las selvas e Honduras de Guatemala, del Yucatán. Enterrada bajo una
naturaleza exuberante, se revela una civilización muy anterior a la
griega y superior a ésta. Raymond Cartier, resumiendo la más recientes investigaciones sobre las civilizaciones desaparecidas, escribe refiriéndose a los mayas: "En muchos terrenos, la ciencia de los Mayas sobrepasa a la de los griegos y los romanos. Poseedores de profundos conocimientos matemáticos y astronómicos, llevaron a una perfección minuciosa la cronología y la ciencia del calendario. Construían observatorios con cúpulas mejor orientados que el de París en el Siglo XVII, como el Caracol sobre tres terrazas de su capital de Chichen Itzá. Conocían el año sagrado e 260 días y el año solar de 365 días. La duración exacta el año solar ha sido fijada en 365'2422 días. Los mayas lo habían fijado en 365'2420, o sea que, con error de diez milésimos, habían llegado a la misma cifra que nosotros después de largos cálculos" Detengámonos
un momento en Palenque, estado de Chiapas, en Méjico, en el vasto campo
de ruinas mayas, a 8 kilómetros de la pequeña ciudad, dominado por una
gran pirámide escalonada de las típicas de Chichen Itzá, cuya
construcción data de algunas decenas de siglos. Durante más de un
lustro, la Pirámide de Palenque centró la investigación de una
expedición dirigida por el arqueólogo mexicano profesor Alberto Ruiz
Lhuillier del Instituto Nacional de Antropología de México. Una fecha
memorable: el 15 de junio de 1952. Habiendo penetrado a través de un
corredor secreto en los subterráneos de la gran construcción, en las
llamadas Grutas de Eyzies, el profesor Ruiz se encontró en una salita
de tres metros sesenta y cinco centímetros de largo y dos metros quince
centímetros de ancho, cuyo pavimento estaba formado por una sola
baldosa cubierta de jeroglíficos, indescifrables en gran parte, bajo
cuyo signo están muchas cultura americanas Al
notar que bajo el pavimento debía de haber un espacio vacío, el científico
hizo levantar la baldosa, y de esta manera sacó a la luz un gran sarcófago
de piedra roja. El sensacional hallazgo constituye el descubrimiento más
alucinante de la Arqueología. El sarcófago estaba en perfecto estado
de conservación pero lo que asombró a los expedicionarios fue la losa
sepulcral, una piedra de 3,80 metros de largo por 2,20 metros de ancho y
por 0,25 de grosor, pesando entre 5 y 6 toneladas. Y es que desde luego,
el motivo esculpido sobre la susodicha lápida es para sorprender a
cualquiera. El extraño grabado que decora la losa ha desconcertado a
los hombres de ciencia porque se parece, como una gota de agua a otra, a
un cohete cósmico o cápsula espacial del tipo "Mercury",
propulsado por energía iónica o fotónica. Dicho de otra manera:
"nos hallamos entre una astronave de hace diez mil años". Dos
investigadores de Niza, Guy Tarade y André Millou, afirman que el
grabado en cuestión representa, sin duda, aun cosmonauta piloteando una
astronave. Ellos creen que pueblos del espacio colonizaron en otro
tiempo a la América Central y del Sur. El Populvuh, el libro sagrado de
los mayas quichés de América, habla de una civilización infinitamente
antigua que conocía las nebulosas y todo el sistema solar. Se encuentra
escrito en él
"los de la primera raza eran capaces de todo
saber. Estudiaban los cuatro rincones del horizonte, los cuatro puntos
del arco del cielo y la cara redonda de la Tierra". Recordemos
también, una inscripción maya grabada sobre una loza, descubierta hace
algunos años: "soy hijo del barro, pero también del cielo
estrellado". Ahora
bien, los Olmecas tampoco habían hecho más que transmitir su cultura.
Su civilización y su escritura provenían de un pueblo indio todavía más
antiguo , con una cultura superior, que floreció durante los siglos y
que se había desarrollado en el perú. Se trataba de la civilización
de los chimús, de los que se han encontrado ruinas de pirámides y
palacios amurallados cerca de la costa. En el valle de Chinca, en el
litoral peruano, subsisten algunas ruinas muy antiguas; entre ellas una
fortaleza, templos y ciudadelas, y en la llanura de Nazca se hallan
trazadas unas extrañas figuras. Se trata de unas líneas geométricas
inmensas, visibles solamente desde un avión o desde un globo, y que la
exploración aeronáutica ha permitido descubrir recientemente. Según
deducen los expertos, hubiese sido necesario, para trazar dichas
figuras, que se guiasen desde un aparato flotando en el aire. Las
fotografías obtenidas de la llanura de Nazca invitan a pensar
irresistiblemente en las señales de un campo de aterrizaje, tal vez
reservado para los "Hijos del sol", venidos del cielo
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